Bajó del escenario envuelto en aplausos, era el mejor interprete del género romántico, por fin el éxito lo alcanzó. No paraba de firmar autógrafos y su reciente contratado representante agendaba citas en algunos medios de comunicación. Era la noche esperada desde hacía muchos años. - ¿La llamaste? -Preguntó. - No. Llegó a su departamento, aún había vidrios rotos en el recibidor, los pétalos de aquellas rosas aún estaban como alfombra en el piso, o al menos eso hubiera él querido, le esperaba un teléfono descolgado en su buró y un armario vacío. Ya en esa habitación fría y que aún no se recuperaba de la batalla, se sentó en la orilla de su cama y sintió que una soledad desgarradora se apoderaba de su cuerpo, se le desprendieron las rodillas, luego las piernas enteras, el torso y las extremidades. Nadie, ni su propio éxito podía salvarlo de su terrible pecado, la incoherencia.